martes, 25 de agosto de 2015

La fuerza de la vida o del color



     Era una tienda tan pequeña, tan pequeña, que no tenía ni escaparate, sólo una diminuta puerta que hacía las veces de mostrador. Desde la calle se podía divisar una pequeña oquedad, pero sus paredes brillaban como un gran diamante de múltiples colores, todas repletas de hilos de diferentes tonos, multitud de gamas distintas con un único brillo. La fuerza de aquellos colores era tan grande, tan intensa, tan fuerte, tan viva, que Asmín no pudo sino quedar extasiada. Durante un rato no vio, ni oyó, ni sintió nada que no fuera el brillo de aquellos colores, aquella fuerza casi mágica.
     De repente Asmín sintió un frío intenso que la obligó a salir de su éxtasis y despavorida huyó corriendo. Sabía que algo le había ocurrido en aquel lugar y sintió miedo, mucho miedo.
     Aquella misma noche soñó con su abuela, que la tranquilizaba acompañándola hasta la tienda. Para Asmín su abuela tenía toda la paz y la serenidad necesarias para afrontar cualquier tarea, por difícil que fuera. Su presencia le daba confianza, y con ella en la tienda volvió a sentir aquel frío, pero su temor ya no era el mismo.
    Le contó a su abuela que la intensidad de aquellos colores, su fuerza, su vida, le turbaban, era como si quisieran algo de ella y eso le asustaba. Entonces sintió la dulce mirada de su abuela y sus palabras que le decían:
-   Si, es cierto, y sabes que eso es lo que debes hacer.
     Durante varios días, cada noche volvió a soñar con su abuela, a la que intentaba convencer de mil maneras diferentes y con multitud de argumentos. Asmín argumentaba razones diferentes, pero ninguna le sirvió para que la apoyara en su intento de alejarse de aquel lugar.
     Intentó, sin conseguirlo, convencerla de que aquellos hilos, aquella seda por muy maravillosa que fuera no eran para ser trabajadas por ella. Le dijo que no era un hilo para bolillos, que era un hilo para bordados, que aquello sería una locura, difícil, lento, laborioso, profundo, pesado, a nadie gustaría, no tenía lógica, en la sociedad de la prisa, la comodidad, lo fácil, lo superficial, la inmediatez, lo productivo,… . Así no podría, sería una ruina.
Pero la abuela serena y tranquila, volvió a contestarle:
-  Si, es cierto, pero sabes que eso es lo que debes hacer.
     Asmín sabía que en un mundo tan materialista y acelerado, aquello era un suicidio. Podían ser maravillosas sedas, lo cual reconocía, pero trabajarlas con el bolillo…
     Incluso en uno de sus sueños llegó a enfadarse con su abuela, acusándola de que era de otra época y que no la comprendía, que tenía que hacer lo que se valoraba ahora para sobrevivir. Pero siempre la abuela le respondía igual:
-       Si, es cierto Asmín, pero sabes que eso es lo que debes hacer.
     Cada noche soñaba con lo mismo, y volvía una y otra vez al mismo lugar, pero todavía no había sido capaz de volver sola a la tienda. Quería apartar todo aquello, seguir con su vida normal como si nunca hubiera descubierto aquella pequeña oquedad de brillantes colores. Y casi lo conseguía, al menos durante el día, el ajetreo del trabajo, las prisas, el estrés, el ruido,… le ayudaban.
     Una tarde, sin saber cómo, paseando sus pasos la llevaron hasta el lugar, la cueva de las mil tonalidades donde se hallaba la fuerza de la vida. En aquella ocasión, el dependiente se acercó y le dijo:
-  No todo el mundo que pasa por aquí ve lo mismo que tú has visto. Cada persona que pasa ve una cosa diferente. Cada uno ve lo que puede hacer con el color, con la vida, con su vida.
     Aquella noche en su sueño, su abuela tan paciente y dulce como siempre, le dijo mientras la acariciaba:
-  Asmín, todas las épocas son materialistas, y en todas las épocas las personas deben elegir entre lo material o hacer aquello que deben hacer. Si, es cierto, asusta mucho, pero sabes que eso es lo que debes hacer.
     Después de escuchar las palabras de su abuela, un día, con miedo y temerosa se acercó hasta la diminuta tienda y le dijo al dependiente que quería trabajar con aquellos hilos. A lo que el dependiente le respondió que aquellos no eran hilos de encajes, que eran sedas para bordar, e irónico le preguntó:
-  ¿Vas a convertirte ahora en bordadora?
     Después de cuanto le había costado tomar aquella decisión, ahora el dependiente y su ironía sobre la locura que comenzaba. Y cuando Asmín creyó que iba a estallar mandando muy lejos a los hilos, al dependiente y a todo, contestó de forma serena, tranquila, paciente y dulce que era encajera y no bordadora, y que seguiría haciendo encajes de bolillos pero con aquel hilo, aunque se tratara de una seda de bordar, que asumía todos los riesgos. Asmín no se reconocía, estaba sorprendida con  su actitud, se sentía extraña pero bien, y mientras descubría todas aquellas nuevas sensaciones en su interior, vio como el dependiente sacaba de debajo del mostrador un libro grande y antiguo y un bolígrafo, y mientras pasaba páginas buscando un número le dijo:
-  Muy bien, tú sabrás donde te metes, pero si quieres trabajar con estos maravillosos hilos tendrás que firmar un contrato en el que renuncias a tus diseños. A partir de ahora, yo te haré entrega de cuantos hilos y colores puedas necesitar, y a cambio tú diseñaras  cuanto yo necesite, y tus diseños no te pertenecerán, no eres propietaria de nada cuanto crees, sólo serás una trabajadora de la seda. Tus diseños son de mi propiedad y tú solo tienes la posibilidad de elaborar el trabajo en seda que también me pertenece a mí.
     Asmín creyó morirse en ese mismo momento, renunciar a su trabajo de toda su vida. Aquello no podía ser más que una incómoda pesadilla y deseó con todas sus fuerzas despertar, pero de pronto sonaron en su interior las palabras de su abuela:
-  Si, es cierto, es increíble que tengas que ceder tu trabajo y tus derechos, pero tú sabes ya cuál es tú camino en la vida, trabajar los encajes con esos hilos, y es eso lo que debes hacer, lo demás no importa, y es en ello en lo que debes encontrar la felicidad y la paz, créeme, ten confianza, nada más puede importar.
     ¿Pero cómo no podía importar lo demás?, pensó Asmín, y quiso decirle al dependiente que iba a meditarlo, que era mucho más de lo que imaginaba, que debía haber algún error, que aquello no podía ser así. Pero no dijo nada, cogió el bolígrafo y firmó el contrato en la hoja que le correspondía.
     A partir de aquel día Asmín trabajó duro, muy duro. No fue nada fácil al principio. Pensó en no crear más ni un diseño, pero no podía dejar de diseñar, así que diseñaba y entregaba los diseños al dependiente que a cambio le entregaba las sedas.
     Adaptarlas a los bolillos le llevó mucho, a cambio sentía una sensación única, como nunca antes había sentido, y poco a poco esa sensación fue tomando fuerza y nada más podía importarle. Recibía la fuerza necesaria para continuar de aquellos colores, del trabajo con ellos, era algo tan intenso que superaba las dificultades e incluso el rechazo por parte de mucha gente a todo su trabajo. Ese rechazo que ya predijo Asmín y que como era de esperar llegó. Fue de lo más difícil para ella, pero independientemente de lo que ocurriera a su alrededor, y a pesar de que por momentos estuvo muy sola, se sentía tranquila, era una sensación diferente, rara, que nunca antes había experimentado. Ahora podía sentir miedo y sentirse bien, o sentirse cansada y sentirse bien, o sentir dolor y sentirse bien…  Era como encontrar paz independientemente de la situación. Sólo recordaba haber sentido esa misma sensación un día de lluvia perdida en la Lauri-Silva de la Gomera, pero fue una sensación esporádica, nunca creyó que ese sentimiento pudiera ser permanente, pero ahora ella lo sentía dentro, muy adentro.
     Fue esa sensación la que le ayudó poco a poco a olvidarse de su injusta situación, de su contrato abusivo, ni siquiera le importaba ya tener que trabajar tanto para otro, entregar todas sus creaciones, porque su felicidad estaba en el trabajo que hacía con los hilos, sacar a la luz su fuerza, su color, descubrir su vida, su energía,… lo era todo para Asmín.
     Transcurrían los días, Asmín había encontrado la paz que siempre deseó. Soñaba con su abuela y trabajaba las sedas. Pero una tarde, mientras paseaba oyó un murmullo, la gente gritaba y se oían sirenas, alguien pasó corriendo a su lado mientras gritaba que una pequeña tienda de hilos se había incendiado. En otra época de su vida no hubiera reaccionado así, pero aquella tarde Asmín supo qué tienda ardía y no se alteró, tranquila continúo su paseo y pensó:
-  “Quizás en este momento la vida me depare otra cosa. “
     Cuando llegó del paseo, encontró en su casa un paquete, correos había llegado mientras ella paseaba. En el paquete se encontraba el libro de contratos, y en la hoja concerniente a su contrato ponía:
“CONTRATO FINALIZADO”
     Asmín guardó aquel libro sin saber que  significaba aquello, ¿volvería a ser dueña de sus diseños?, pero ¿y las sedas? ¿Podría continuar trabajando con aquellos primitivos hilos liados en cañas a los que ella daba vida y los que a ella les daban la vida?
     Periódicamente, después de aquello, cada año, Asmín recibió un gran paquete de hilos de seda, con la misma calidad, la misma fuerza, la misma intensidad y la misma vida que siempre. Siempre recibió más hilos de los que necesitará y nunca le faltó color alguno, era como si quien los mandara supiera las necesidades de Asmín. Tampoco nunca tuvo que pagar por ello, y por mucho que investigó jamás pudo saber quién los mandaba ni desde donde, puntualmente aparecían en su casa de forma casi mágica.
     La tiendecita desapareció, solo quedó de ella el libro de contratos que Asmín guardó celosamente para no olvidar nada de cuanto le había sucedido. Con el tiempo recuperó sus diseños, incluso la autoría de todos los que durante años le sustrajo el dependiente. También llegó a recuperar su prestigio como encajera, y fue muy valorado su trabajo, que obtuvo a partir de entonces el reconocimiento a la excelente investigación e innovación en el mundo del bolillo. Ahora para todos era la gran maestra Asmín, pero nada de eso le importaba porque había aprendido que nada era más valioso que aquella sensación de paz que ella sentía, y eso solo podía encontrarlo haciendo aquello que debía hacer, trabajar los colores.
     Y cada día recordaba las palabras de su abuela:
-  Si, es cierto, pero tú sabes que eso es lo que debes hacer, y cuando decides hacer lo que tienes que hacer, la vida está a tu favor.
Ana López


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