martes, 25 de agosto de 2015

EL CALOR DE TÍA CLARA



La tía Clara había pasado toda su vida tejiendo mantas, hacía con sus bolillos aplicaciones de encaje, muchas aplicaciones que luego unía hasta componer preciosas mantas. Las tenía de colores, tamaños y grosores diferentes, pero todas transmitían la misma suavidad y ternura. Y sólo hacía mantas de encaje de bolillos.
María, mi madre, su hermana, intentaba convencerla para que hiciera otras cosas, porque ya no sabía donde guardar tantas mantas, hubo mantas para todos. En cierta ocasión, mis padres viajaron al extranjero  y mi madre insistente en su empeño, trajo unas maravillosas revistas de encaje de bolillos, regalo para  tía Clara, que agradeció el detalle, pero que continuó combinando colores y aplicaciones para realizar sus mantas. Mi  madre, nunca llegó a entender aquella manía de su hermana, decía que era testaruda y cerrada, a lo que la tía Clara respondía siempre con su silencio.
En determinados momentos todos corríamos a refugiarnos en la calidez de su silencio, sólo acompañado por el sonido de los palillos. Guardo el recuerdo de mi dulce tía Clara asociado a sus mantas  y al calor que nos daba. Es para mí ese incondicional calor el que te permite renacer aún en los momentos más duros.
En uno de mis viajes al pueblo, una señora a la que nunca antes había visto me entregó un documento, que aquella misma tarde leí. Después de leerlo comprendí que la cantidad de mantas que la tía Clara había realizado debió ser proporcional al frío y la soledad que debió pasar en su infancia y adolescencia. Nunca más volví a ver a aquella señora, me contaron que salió del pueblo en su juventud con tía Clara, y desde entonces nadie más había vuelto a saber de ella. Insistí en mi búsqueda pero fue en vano, nadie quería hablar de aquello.
Cuando me acomodo en mi sillón para hacer bolillos con una de sus mantas por encima, noto su calor tejido con los hilos. Esa sensación no tiene precio.

Ana López Muñoz

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